En 1996 parece vislumbrarse lo que será un futuro
negro para un arte que pretendía ser independiente de las instituciones y de la
lógica dominante del sistema de mercado: el Walker Art Center, uno de los diez
museos más visitados de Estados Unidos, funda el departamento New Media
Initiatives, dirigido por Steve Dietz, con el objetivo de explorar la red como
medio creativo de expresión. Esta iniciativa por parte de un museo tan
reconocido podría considerarse el primer paso hacia la institucionalización del
net art.
Ese mismo año, en el que se empezaba a evidenciar el
potencial económico de la Red, surgió, a manos de Paul Garrin (investigador del
impacto social de las tecnologías y los problemas de acceso a éstas), el
proyecto name.space, que pretendía combatir la monopolización de direcciones
web, interesándose por la organización del espacio público de la Red. Garrin
buscaba con este proyecto la ampliación de componentes de la URL (.com, .net,
.org,...), pues consideraba que éstos eran muy limitados y estaban cayendo en
el poder de unas pocas compañías e instituciones políticas.
La inclusión de los trabajos net artísticos en el
ámbito institucional es progresiva. En 1997 la Documenta X, una prestigiosa
exposición de arte contemporáneo, incluyó diversas obras net artísticas. Pero es
en 1998 cuando se considera que empieza la mercantilización del arte, gracias
al proyecto de Olia Lialina, Art Teleportacia, la primera galería de arte net
artístico. Lialina realizó la exposición “Obras del Periodo Heroico”, donde
puso en venta cinco obras de los artistas pioneros de la red: Alexei Shulgin,
Heath Bunting, Jodi, Olia Lialina y Vuk Cosic.
Sumado a este hecho está la progresiva intervención
de las instituciones en el net art, como demuestra, por ejemplo, la intención
del Museo Guggenheim de incluir arte digital en sus colecciones y la subvención
que hizo de algunos proyectos net artísticos. El interés de los museos por
incluir esta forma de arte se hacía más evidente; hasta el punto en que los
trabajos comenzaron a ser nominados (y ganadores) de distintos premios.
Indudablemente, la legitimidad del Net.Art como arte
subversivo y rebelde se ve cuestionada en el momento en el que entra en los
círculos comerciales. Si bien, como apunta Remedios Zafra, los artistas de
Net.Art pueden justificar que la exposición de sus obras a un público mayor y
reunido es una forma de darle una nueva visión a sus proyectos. Sin embargo, es
difícil delimitar en qué punto comienza la mercantilización de un arte que
surge como parodia de la reproductibilidad técnica que permite la tecnología.
Al igual que ocurrió con el graffiti, se revaloriza el hecho de que no pueda
comprarse. Dado que el “original” como tal no tiene valor (todo puede ser
copiado fácilmente por la máquina), es la “idea” de la transgresión en la transacción
lo que vale dinero.
La tendencia es la de meter en museos todas las
obras, venerar a los artistas o pagar por la exclusividad de un trabajo en
lugar de entenderlo como una obra pública y hecha para todos. El Net.Art
pretende surgir al margen de esta tendencia, pero dado que es imposible
desentenderse totalmente de la sociedad, al final acaba cayendo en esta
dinámica de mercantilización.
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