domingo, 26 de octubre de 2014

Institucionalización del Net.Art

En 1996 parece vislumbrarse lo que será un futuro negro para un arte que pretendía ser independiente de las instituciones y de la lógica dominante del sistema de mercado: el Walker Art Center, uno de los diez museos más visitados de Estados Unidos, funda el departamento New Media Initiatives, dirigido por Steve Dietz, con el objetivo de explorar la red como medio creativo de expresión. Esta iniciativa por parte de un museo tan reconocido podría considerarse el primer paso hacia la institucionalización del net art.

Ese mismo año, en el que se empezaba a evidenciar el potencial económico de la Red, surgió, a manos de Paul Garrin (investigador del impacto social de las tecnologías y los problemas de acceso a éstas), el proyecto name.space, que pretendía combatir la monopolización de direcciones web, interesándose por la organización del espacio público de la Red. Garrin buscaba con este proyecto la ampliación de componentes de la URL (.com, .net, .org,...), pues consideraba que éstos eran muy limitados y estaban cayendo en el poder de unas pocas compañías e instituciones políticas.

La inclusión de los trabajos net artísticos en el ámbito institucional es progresiva. En 1997 la Documenta X, una prestigiosa exposición de arte contemporáneo, incluyó diversas obras net artísticas. Pero es en 1998 cuando se considera que empieza la mercantilización del arte, gracias al proyecto de Olia Lialina, Art Teleportacia, la primera galería de arte net artístico. Lialina realizó la exposición “Obras del Periodo Heroico”, donde puso en venta cinco obras de los artistas pioneros de la red: Alexei Shulgin, Heath Bunting, Jodi, Olia Lialina y Vuk Cosic.

Sumado a este hecho está la progresiva intervención de las instituciones en el net art, como demuestra, por ejemplo, la intención del Museo Guggenheim de incluir arte digital en sus colecciones y la subvención que hizo de algunos proyectos net artísticos. El interés de los museos por incluir esta forma de arte se hacía más evidente; hasta el punto en que los trabajos comenzaron a ser nominados (y ganadores) de distintos premios.

Indudablemente, la legitimidad del Net.Art como arte subversivo y rebelde se ve cuestionada en el momento en el que entra en los círculos comerciales. Si bien, como apunta Remedios Zafra, los artistas de Net.Art pueden justificar que la exposición de sus obras a un público mayor y reunido es una forma de darle una nueva visión a sus proyectos. Sin embargo, es difícil delimitar en qué punto comienza la mercantilización de un arte que surge como parodia de la reproductibilidad técnica que permite la tecnología. Al igual que ocurrió con el graffiti, se revaloriza el hecho de que no pueda comprarse. Dado que el “original” como tal no tiene valor (todo puede ser copiado fácilmente por la máquina), es la “idea” de la transgresión en la transacción lo que vale dinero.


La tendencia es la de meter en museos todas las obras, venerar a los artistas o pagar por la exclusividad de un trabajo en lugar de entenderlo como una obra pública y hecha para todos. El Net.Art pretende surgir al margen de esta tendencia, pero dado que es imposible desentenderse totalmente de la sociedad, al final acaba cayendo en esta dinámica de mercantilización. 

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