Con la llegada de nuevos movimientos artísticos a
finales del siglo XIX, por la revolución industrial y nuevas técnicas como la
fotografía, el arte sufrió un cambio radical. Con la fotografía, la iconicidad
entraba en crisis ya que dejaba de ser necesaria la representación pictórica
tradicional de la realidad. Esto hizo que nacieran los primeros movimientos
vanguardistas, inspirados en los elementos contra los que la fotografía no podía
competir. Esta tendencia se extendería hasta
convertirse en el arte abstracto que conocemos.
El mismo proceso se repitió con el Net Art. Las
corrientes existentes en los momentos previos a los 90 pecaban de lo mismo: la
unilateralidad, en una época en la que la televisión, los teléfonos móviles e Internet
ya existían. Indudablemente, el arte tradicional entra en crisis con este
modelo de convergencia tecnológica. Los museos se convierten en espacios
dedicados a la alta cultura, pero las personas que no tienen acceso a ellos
necesitan un espacio propio para desarrollar sus obras. Las calles se
convirtieron en un lienzo con el graffiti, que surge como una forma de luchar
contra el elitismo del museo. Pero al final, todos los movimientos de
vanguardia recorrieron la misma senda que el graffiti: obras transgresoras que
acaban por ser asimiladas por el público y el sistema, perdiendo así su razón
de ser.
La apreciación de la estética del Net Art resulta
compleja para los acostumbrados a la estética convencional. Ahora se trata de
representar el arte por sí mismo, la belleza del código que forma las máquinas.
Durante la baja Edad Media, la idea de la belleza estaba regida por los ideales
cristianos. La luz y el color adquirieron mayor importancia, ligados a la
simbología de la religión que les atribuía significados. Especialmente en el arte gótico, encontramos
pinturas de indudable belleza donde los colores tienen una simbología y una
carga estética muy importante.
Hasta 1994, el código informático simplemente se
había utilizado como instrumento, una herramienta, tal y como lo era el color. El
expresionismo abstracto liberó al color de su condición de herramienta, rompió
las líneas que los encerraba en las figuras y les dió su propia identidad, más
allá de la simbología y de ser un complemento estético: el color simplemente es.
Cuando extraemos el código de la interfaz y lo mostramos, no tiene ningún
significado. Este nuevo arte está ligado a ese conocimiento que el espectador
extrae de la obra, pero que no está implícito.
Esta idea no difiere mucho del proyecto wwwwwwwww.jodi.org, por ejemplo. El código se muestra
sin interfaz sobre el fondo negro, rotulado en verde como un guiño a las
primeras líneas de comando. Se convierte casi en algo paródico. No obstante, el
código resulta ser el esquema de un dibujo de una bomba de hidrógeno. Este hecho
es secundario, no lo necesitamos para observarla y resulta inútil preguntarse
“qué significa”.
La deconstrucción de una obra para reensamblarla de
nuevo haciendo visibles las partes que antes estaban ocultas no fue algo nuevo
del Net Art, no se aleja tanto de la idea del cubismo y de algunos cuadros de
Picasso, el cual intentaba alcanzar una realidad más allá de la que entendíamos
en el arte. La realidad contiene numerosas dimensiones, algunas de ellas
ocultas a primera vista, pero que no por ello deben ser ignoradas. El Net Art
de Jodi trata de recordarle al usuario que el código está ahí y que tiene
belleza por sí mismo.